“El ruido no hace bien, el bien no hace ruido.” – San Francisco de Asís
Durante todo el día previo y todavía en la mañana antes de ingresar al Retiro de Silencio en Hridaya Yoga Mazunte, estuve junto con mi esposa preparando nuestra mente y cuerpo para desapegarnos de todo objeto que nos anclara al ruido mental de la vida cotidiana, a excepción de un cuaderno y bolígrafos para llevar un diario. Yo, por mi parte, entregué de inmediato mi celular, cartera y reloj, me despojé de todo, sin siquiera echar un vistazo al interior de esta fascinante escuela de Yoga, que a mi parecer, intenta recrear el ambiente de una villa en la India.
Una voluntaria originaria de Francia llevó primero a Cici al dormitorio comunal de mujeres y a recorrer el lugar y luego vino por mi para mostrarme el camino al dormitorio comunal de hombres, los excusados secos (para ambos sexos pero también comunales), el comedor de hombres, el área donde podría darme un baño de jícara y finalmente me mostró el salón donde pasaríamos los siguientes tres días en silencio, sobre el Mat, practicando Hata Yoga y técnicas específicas de la meditación Hridaya.
La insoportable levedad de nuestra confianza en nuestros recursos internos.
Cuando iba caminando solo, de nuevo hacia la entrada, para encontrarme con Cici e irnos a Zipolite a pasar juntos la mañana antes de iniciar la sesión introductoria previa al inicio del retiro, ya sin mi teléfono, descubrí una terraza con una vista espectacular de la Bahía de San Agustinillo, en verdad lamenté haber entregado de forma tan prematura mi teléfono porque no tenía manera de tomar una fotografía de esa vista tan hermosa, que disfruté observar por varios minutos, al tiempo que escuchaba el sonido de las olas del mar rompiendo en las rocas y llegando a la arena de la playa.
En ese momento sentí ansiedad, por la costumbre de tomar fotos de cualquier cosa con la facilidad que hoy nos da la fotografía digital de los teléfonos inteligentes, sintiendo que “iba a perder la oportunidad de guardar esa imagen para la posteridad”, ahora lo recuerdo y me da risa sorprenderme a mí mismo en la inercia de la tecnología que nos hace olvidar la enorme cantidad de recursos que tenemos los seres humanos en nuestra mente y corazón para capturar los momentos sublimes de la vida que nos quitan el aliento.
Así que del brazo de Cici nos fuimos a esa mística y legendaria playa conocida como Zipolite, famosa desde que tengo uso de memoria por ser una playa nudista accesible a todo aquél que esté listo para despojarse de algo más que los dispositivos digitales y los condicionamiento y prejuicios con los que nuestra sociedad construye capa sobre capa en nuestra humanidad.
Me fue más difícil despojarme de mi teléfono que de mi ropa en la playa.
Al llegar a Zipolite preguntamos por un buen lugar para desayunar y las diferentes recomendaciones nos llevaron a la conclusión de que “El Alquimista” sería un buen lugar y nuestro instinto no se equivocó. Además de un delicioso desayuno de enchiladas con mole negro de Oaxaca, jugos naturales que sabían a elixir, para avivar el fuego de nuestra natural curiosidad por la experiencia que esa playa nos podía dar, tuvimos la suerte que este hostal y restaurante tiene frente así una playa hermosa a la que las formaciones rocosas que la rodean le dan un toque de privacidad sobre el resto de la playa pública, tuvimos así el escenario perfecto para vernos a los ojos con complicidad y no tardar ni un segundo en caminar con toda intención hacia la playa y dejar en la arena nuestra ropa, para entrar juntos al mar desprovistos de juicio y vestidos únicamente con una libertad y naturalidad que nunca habíamos experimentado en nuestra vida adulta bajo el sol.
Regresamos por la tarde a Hridaya, para tomar una larga y muy intensa sesión de introducción, con todas las instrucciones que un retiro de esta naturaleza amerita, desde el punto de vista logístico para vivir tres días en silencio y sin interacción directa y desde el punto de vista de preparar cuerpo, mente y espíritu para una experiencia extraordinaria. Al finalizar la sesión, salimos nuevamente de las instalaciones para ir a cenar una deliciosa pizza con su respectivo vino tinto en las mesas con velas sobre la playa en el restaurante “La Termita”, vaya que disfrutamos todo, en particular la conversación.
Finalmente regresamos a la escuela, ya bastante entrada la noche, todo ya estaba en silencio, así que sigilosamente Cici y yo nos abrazamos y nos despedimos simbólicamente para entrar cada quien en su espacio de retiro personal en silencio.
El despertar de una inspiración espontánea para dibujar que me siguió durante todo el retiro.
A la mañana siguiente, desperté fresco, recargado de energía y con una revelación que me pareció fantástica, al abrir los ojos, todavía sobre mi colchón en el piso pensé:
“Quién necesita una cámara para capturar la belleza de la bahía, cuando tengo un cuaderno en blanco, bolígrafos de cuatro colores y una inspiración que hoy está fuera de lo común en mí para dibujar y escribir lo que perciba con todos mis sentidos mientras permanezca en silencio.”
Así fue como, en la mañana del día #1 del retiro, ante la emoción exaltada de contemplar un amanecer donde vi nacer el sol desde las entrañas del horizonte del mar, salió de mis profundos adentros un dibujante reprimido, aunque poco habilidoso por la falta de práctica, pero muy entusiasta, que logró congelar para la posteridad en trazos simples la exuberante belleza de la imagen y energía de la comunión del sol y el mar de la Bahía de San Agustinillo.
Seguiré compartiendo más sobre esta experiencia en las siguientes publicaciones.
(Nota: La foto de la Bahía fue tomada el día que salimos del retiro.)